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Cuento popular chino, de Anthony de Mello (adaptación).
Érase una vez un granjero anciano cuya mayor posesión en la vida era un caballo con el que labraba la tierra. Un día, olvidó cerrar las puertas del establo y el caballo escapó hacia la montaña. Los vecinos del granjero acudieron a consolarlo:
—¡Qué mala suerte tienes! Has perdido tu caballo en pleno tiempo de cosecha—le dijeron—. Quedarás en la ruina.
El granjero respondió:
—¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!

Una semana después, el caballo regresó de la montaña con una manada de caballos salvajes. Los vecinos felicitaron al granjero por su buena suerte. Pero su respuesta fue la misma:
—¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!

A los pocos días, cuando el hijo del granjero intentó domesticar a uno de los caballos salvajes, cayó de él y se rompió una pierna. Los vecinos del granjero acudieron a consolarlo:
—¡Qué mala suerte tienes! —le dijeron—. Ahora sí que quedarás en la ruina sin tener quien te ayude a cosechar.
La respuesta del granjero no cambió:
—¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!

Algunas semanas después, el ejército del emperador llegó a la aldea y reclutó a todos los jóvenes para la guerra. Sólo dejaron atrás al hijo del granjero; por tener la pierna rota no era apto para el servicio.
Pronto llegaron los vecinos y entre lágrimas, dijeron:
— Tu hijo es el único que no ha sido enviado a la guerra. Qué buena suerte tienes.
A lo que el granjero respondió:
—¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!


Como puedes deducir en este cuento, muchas veces, creemos que la vida nos regala algo, siendo ese algo de lo más especial que puede existir. Sin embargo, en otras situaciones creemos que la vida es injusta con nosotr@s, que nos arrebata situaciones o personas que nos son importantes o placenteras. Este cuento muestra que todo lo que nos ocurre en la vida puede ser bueno o malo en función de la situación y de cómo la interpretemos. Cuando el hijo se rompió una pierna podría haber sido interpretado por el padre como una desgracia, no tendría su ayuda para cosechar, tendría que hacerlo solo. Pero, le resultó en beneficio propio ya que gracias a eso, el hijo no fue a la guerra. Tenemos que recordar que cada uno de nosotros somos los dueños de nuestra vida, no siempre podemos encarrilar la vida como quisiéramos, pero sí tenemos el poder de interpretar los hechos que nos ocurren. Lo que para unos es una desgracia, como podría ser el despido en el trabajo, otros lo toman como algo positivo, como una forma de buscar otro empleo mejor. El que se toma el despido como una desgracia seguramente tarde en recomponerse, se culpe a sí mismo del despido y pueda creerse un inútil. En el otro caso, puede que le motive a buscar otro trabajo donde se siente más cómodo y realizado, por lo que estará más activo. ¿Ves la diferencia? Radica en la interpretación de los hechos.
¿Te ha gustado la historia? ¿La conocías? ¿Cómo sueles interpretar todo lo que ocurre?

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